Homenaje
a Antonio Ruiz de Montoya* en el aniversario de su fallecimiento (11 de abril de 1652)
Durante los siglos XVII y XVIII, en estas tierras del Sur americano, jesuitas y guaraníes lograron unir sus
culturas sin entrar en conflictos violentos. Es uno de
los pocos casos en que el colonizador no reprimió la cultura originaria, sino
que se sumó con su enseñanza del Evangelio, a las costumbres y formas de
organización social y de trabajo de las etnias americanas.
Al jesuita
Aquel misionero español
Que la cruz portaba
En nombre del rey y el Señor
Supo en la tierra colorada
Conquistar, del aborigen,
Su mente y su corazón.
Combatiendo con bondad,
Con música de violín,
Fue el maestro de verdad
En tierras del guaraní.
No le faltaron espadas
Que quisieran combatir.
Las cambió por la música,
Por madera tallada,
Por adobe y argamasa.
Y así perduró su huella
Recordada con amor
En la emblemática estrategia
De construir para un Dios.
*Antonio Ruiz de Montoya (1585 - 11 de
abril de 1652) fue un sacerdote jesuita, misionero y escritor criollo-peruano,
quien dedicó gran parte de su vida a trabajar por las tribus indígenas
guaraníes. Su obra escrita trató de temas espirituales y de gramática guaraní. Fundó
13 reducciones, lo que supuso la construcción de colegios, iglesias, centros de
producción agrícola y pequeñas ciudades que muchos decían se asemejaban al
“Paraíso”, o como decían los mismos guaraníes eran “tierras sin mal”.
En el año 1628 realiza la mayor de
sus hazañas, al lograr que más de doce mil guaraníes atravesaran cerca de mil
kilómetros, desde la Guayrá (ahora Brasil) hasta Misiones en la Argentina, para
protegerlos de los bandeirantes, quienes empezaron a esclavizar a los nativos
para venderlos en las haciendas. La travesía culminó con la refundación de las
reducciones de San Ignacio Miní y Nuestra Señora de Loreto, en la provincia de
Misiones, Argentina. Para el año 1636 le fueron asignadas 26 reducciones en la
zona de los ríos Paraná y Uruguay, siendo su época más difícil, ya que tuvo que
armar a los nativos guaraníes, para repeler el ataque de los bandeirantes.
En el año 1637 abandona para siempre
las reducciones guaraníes, emprendiendo un viaje a Madrid, donde publica luego de
tres años, una gramática y un diccionario de lengua guaraní, así como La
Conquista Espiritual, crónica en la que muestra conocimientos de geografía,
etnografía y biología. Igualmente sus trabajos sobre la lengua guaraní, así
como un Catecismo en ese idioma, serían publicados en 1640. Hacia 1643, parte
del puerto de Cádiz, con destino a Perú. Aproximadamente hacia 1648, escribe un
tratado de mística, llamado “Sílex del divino Amor y rato del ánimo en el
conocimiento de la causa primera”. Desde 1650, su salud empezó a deteriorarse y
finalmente falleció el 11 de abril de 1652. Según versiones antiguas sus restos
fueron pedidos y recogidos por misioneros y nativos guaraníes, que pensaron que
el mejor homenaje que se le podía hacer era depositar sus restos en las tierras
donde vivió sus años más importantes. (Loreto) Según estas versiones sus restos
estarían en la provincia argentina de Misiones; una versión más reciente
considera que sus restos yacen en la iglesia de San Pedro de Lima.
Interesante tu historia...
ResponderEliminarque bien que la obra de aquel hombre entregado a su misión
no se quede en el olvido
y sea hoy y siempre un referente de lo que debe ser la justicia
el amor al prójimo y la responsabilidad ...entre otros tantos valores
que se vislumbra en su obra...
Los jesuitas merecen todo mi respeto, Meulen, porque supieron insertarse en las comunidades originarias integrando al aborigen. Dejaron muchas obras importantes que aún permanecen en pie.
EliminarHermoso homenaje a los jesuitas, a los que admiré siempre.
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